El profesor Darío Floreano lleva diez años trabajando con robots en su laboratorio de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. Su especialidad es la denominada robótica evolutiva, una disciplina que consiste en recrear la evolución de los seres vivos en sistemas de inteligencia artificial y en la que ha conseguido avances significativos.
Mediante un sistema de complejos algoritmos, el profesor y su equipo diseñan pequeños robots a los que someten a acciones semejantes a las que actúan en la evolución y cuyas respuestas determinan qué individuos sobreviven y cuáles se quedan por el camino. La supervivencia de estos robots viene determinada por la presencia de una serie de genes, o elementos de software, que condicionan en qué medida perciben el entorno y responden a él.
Gracias a estos trabajos, el laboratorio de Floreano ha generado comunidades de pequeños robots que no sólo son capaces de interactuar para su supervivencia sino que han desarrollado la capacidad de comunicarse entre sí.
La comunicación entre estos robots se produce mediante un sencillo sistema de luces, detectadas por sus sensores luminosos. Los pequeños autómatas disponen de luces y ruedas y tienen libertad para aproximarse a una serie de plataformas que contienen comida o veneno y que alimentan o descargan sus baterías, respectivamente.
Ejemplo de comunicación cooperativa entre robots
Al cabo de unas 50 generaciones, la mayoría de los grupos de robots comienzan a informarse unos a otros mediante luces sobre dónde se encuentra la comida y dónde el veneno. Por norma general, algunas comunidades tienden a indicar la presencia de comida mediante la luz azul mientras que otras optan por anunciar la presencia de veneno con luces rojas.
Llegados a este punto, y para sorpresa de los científicos, los individuos de algunos grupos comienzan a desarrollar conductas mentirosas más propias de los seres humanos que de los robots. En concreto, algunos autómatas aprenden a encender las luces para señalizar a los otros el veneno como comida y luego se deslizan discretamente hasta la fuente de energía más próxima para recargar sus baterías sin avisar a sus compañeros.
Al mismo tiempo, tal y como explicaba recientemente la revista Discover, también aparecen robots que adoptan el papel de héroes: señalan el peligro y mueren sólo para salvar al resto de individuos del grupo.
Aunque el propio Floreano manifiesta que nunca habría esperado ver este tipo de conducta en robots, los resultados son demasiado aislados como para sacar conclusiones precipitadas. Lo que parece claro es que su trabajo nos pone en la pista sobre cómo surgió la comunicación entre las primeras criaturas vivas.
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